Cenizas, corbatas y protocolos: crónica de un fumador en la ONU y la osadía de don Pepe Piñera

Onu Jose Pinera
  • 2:18 min

Durante la Asamblea General de 1969, la ONU prohibió fumar, obligando a los diplomáticos a soportar el clima neoyorquino para encender un cigarrillo. El embajador José Piñera, recordado por su ingenio y tenacidad, ideó un cenicero portátil que lo acompañaba entre pasillos, documentos y constantes llamados al salón de delegados.

Prohibido fumar en la ONU

Fue en tiempos del entonces Secretario General U Thant (Birmania, 1961-1971), quien sucedió a Dag Hammarskold, fallecido en un accidente aéreo. La instrucción fue inmediata: los ceniceros fueron retirados. Los persistentes debían salir fuera del edificio y afrontar el clima neoyorquino, húmedo y caluroso en verano, gélido en invierno, con un viento que paraliza. Desalentador para cualquiera.

Me encontraba colaborando con la Misión Permanente en Nueva York en esa Asamblea General de 1969, recién ingresado por concurso al Ministerio de Relaciones Exteriores y su servicio exterior.

Nuestro Jefe de Misión era el Embajador José Piñera Carvallo: muy activo, brillante, políglota y noctámbulo empedernido, capaz de llamarnos a cualquier hora del día o de la noche para solicitar gestiones. Hasta debimos esconder el teléfono (afortunadamente, no había celulares) entre almohadas para poder dormir de corrido. Pero siempre amable y generoso.

Desde su llegada, no pasó desapercibido. Ideó una estratagema que todavía se recuerda: pidió a las secretarias que, cada 15 minutos, lo llamaran al organismo, que entonces quedaba frente a nuestra delegación.

Se cumplió estrictamente, y en una secuencia de pocos minutos se escuchaba por los altoparlantes: “Ambassador Piñera, from Chile, is kindly requested to proceed to the delegate lounge” (Al Embajador Piñera, de Chile, se le solicita amablemente que acuda al salón de delegados).

Y surtió gran efecto: cada vez que el Embajador se presentaba a alguien y decía en cualquier idioma: “Soy el Embajador Piñera”, por reflejo adquirido como muletilla, invariablemente le respondían: “From Chile”, aunque no lo conocieran.

Era un incansable fumador de largos cigarrillos con filtro. Siempre vestía azul oscuro, corbata negra y chaleco de tela color gris claro. Todos sus trajes y chalecos eran iguales, y todos siempre salpicados de cenizas por los constantes cigarrillos. La nueva prohibición le molestó enormemente: debía ausentarse para ir afuera, perder el hilo de la reunión, regresar, y a veces, cada media hora volvía a salir a fumar. Tampoco es una distancia corta: las salas están después de largos pasillos; hay que pasar por encima de los demás delegados, y a veces desde algún piso superior o un subterráneo. Un suplicio.

Como los ceniceros desaparecieron, ideó uno portátil: un envase de aluminio con tapa, donde se vendían productos como el bicarbonato en esa época. Siempre lleno, lo llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Y no era lo único: también portaba resoluciones, documentos, discursos y cuanto papel hubiera. Era una biblioteca ambulante, aunque arrugada y doblada, que solo él conocía. Pero la prohibición de fumar seguía imponiéndose.

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