Estamos viviendo un mundo convulsionado con no menos de 15 conflictos armados activos, una guerra comercial desatada por los aranceles de Trump, altos flujos de migración, el creciente crimen organizado transnacional, y una evidente pugna entre democracias y autocracias, ya sea para la defensa o los cambios en el orden mundial. En ese contexto, es lógico preguntarse cómo se posiciona Chile.
Sin embargo, antes de definir las estrategias internacionales del país, en cuanto a si mantener abierta o cerrada su economía, si asumir o no posturas ideológicas ante los múltiples desafíos, y alinearse a tal o cual coalición, o bien, comprometerse con una neutralidad activa o pasiva en el sistema internacional, es importante comprender las bases que sustentan la formulación y ejecución de la política exterior nacional.
Cualquier análisis imparcial sobre la política externa chilena dejará en evidencia que la misma está sufriendo, desde hace algún tiempo a esta parte, un proceso de deterioro gradual pero sostenido que debilita su posicionamiento internacional.
El frente externo
La situación, en breve, se resume en un distanciamiento general con nuestros tres vecinos, por cuestiones ideológicas con Buenos Aires y Lima, así como por razones históricas con La Paz. En el resto de la región destaca sólo una cierta afinidad (política) con Lula en Brasil, pues México no existe aparentemente en el radar del presidente Boric y el colombiano Gustavo Petro, por muy izquierdista que sea, le resulta una verdadera carga muerta. Y, si agregamos al socialista Pedro Sánchez, políticamente desahuciado por corrupción, tenemos un intento de coalición progresista global (‘Democracia siempre’) que entusiasma a muy pocos.
Históricamente, Chile destacó en el plano multilateral por su defensa acérrima del derecho internacional y la práctica sostenida del diálogo y la negociación. Pero como hoy advertimos un multilateralismo agotado y paralizado, ya sea por los golpes sin contrapeso de estados perturbadores del orden internacional o, bien, por el propio wokismo incubado en el seno de Naciones Unidas, la diplomacia chilena ha perdido presencia.
Es cierto que el primer mandatario chileno hizo una aproximación positiva a la India (parece que los sesgos ideológicos se pierden con la distancia) y se siente muy cómodo con China. Pero, por otro lado, se da sus gustitos contra la Casa Blanca y desprecia la cooperación estratégica israelí, dado sus excesos personalista y falta de pragmatismo. No hay que perderse, Gabriel Boric carece de pensamiento estratégico y tampoco tiene una cancillería desde la cual proyectarse bien, porque el ministro van Klaveren es un académico demasiado cauteloso, que encabeza una diplomacia que ha ido perdiendo prestigio en el exterior debido a su excesiva politización y polarización interna.
No se puede cargar toda la culpa en el joven e inexperto presidente. Hay que entender también el contexto y los procesos en que se desenvuelve la política internacional del país. Para ello, resulta necesario revisar tres factores estructurales en crisis: (a) Una cancillería poco profesional, que requiere de una urgente modernización; (b) Un servicio exterior (diplomático) afectado por un alto grado de intervención de partidos y operadores políticos; y (c) Una falta de cohesión social en el plano interno requerido para implementar una verdadera “política de estado” en el campo internacional. Veamos por parte:
La Cancillería
En primer lugar, y al igual que el resto del estado chileno, el ministerio de RREE necesita cambios profundos urgentes. Las reformas más recientes han sido sólo cosméticas, porque mantienen los problemas de fondo. De partida, el organigrama excesivamente piramidal de la cancillería (un político solo a la cabeza con los profesionales alejados en la base) afecta la toma de decisiones y la buena gestión ministerial. Todo asunto se concentra en el ministro (incluso las cuestiones administrativas más nimias) y las determinaciones finales no se delegan con fluidez hacia el resto del ministerio. Por lo demás, el canciller, sus asesores más directos y las designaciones políticas de diversos directores de la cancillería responden al sesgo ideológico del gobierno de turno y, por ende, tienen intereses y objetivos excesivamente de corto plazo. Eslóganes como la “política exterior turquesa” o la “política exterior feminista”, denotan una falta de contenidos enorme e improvisación, porque responden a intereses mediáticos del o los partidos oficialistas. No son el resultado del interés nacional.
Por otra parte, hay que reconocer que el ministerio de RREE en Chile no ejerce -en la práctica- un liderazgo clave en la conducción diplomática ulterior, desde el momento en que intervienen permanentemente en su gestión la presidencia (asesores del presidente) u otros ministerios de mayor peso, produciendo así contradicciones y pérdidas en la continuidad en la implementación de políticas.
Ahora bien, si en el gobierno y en el estado en general se producen hoy muchos despilfarros, en la cancillería es un hecho de que sus escuálidos recursos financieros sólo alcanzan para pagar sueldos y costos fijos, impidiendo que las embajadas y misiones en el exterior dispongan de recursos suficientes para proyectos importantes más allá de la mera función de representación. Así, entre otras consecuencias, no hay política cultural en el exterior, ni la promoción comercial es muy efectiva.
El Servicio Exterior
El corazón de la diplomacia chilena está en su Servicio Exterior, esto es, en el cuerpo diplomático profesional que hace carrera en el ministerio de RREE. En lugar de potenciar dicho servicio por la función clave que ejerce, éste ha enfrentado un proceso de desprofesionalización continuo, pero con especial énfasis en el gobierno del presidente Boric. Él prometió en su campaña presidencial que pondría término al amiguismo y al nepotismo y, sin embargo, en la Cancillería primó la práctica del sistema de despojo, no sólo en el nombramiento de embajadores políticos y en cargos directivos en Santiago, sino en preferencias incluso al interior de la carrea diplomática, ya sea por política o género, en desmedro del mérito, lo que ha dañado la profesionalización del servicio. Se da incluso el caso de operadores políticos y de académicos políticamente afines que han hecho toda una carrera a la vera del Servicio Exterior, y que han acabo siendo nombrados sucesivamente en los cargos más importantes, en lugar de empoderar a los propios profesionales.
Cohesión Social
Un país mediano y en desarrollo como Chile, con una economía abierta al mundo y basada en sus exportaciones, requiere de una diplomacia estratégica y eficiente capaz de aportar el soft power suficiente para suplir los déficits mayores del poder nacional en el concierto internacional. Ello, es solamente posible en la medida en que el país cuente con un consenso nacional tras una política exterior de largo plazo, conducida y ejecutada por diplomáticos profesionales.
Hay algunas opiniones que proponen la reformulación de la política exterior sobre la base de una modificación del “agotado modelo económico”. Es decir, a una diplomacia anticapitalista o antiliberal, lo que nunca ha conducido al éxito. También apuntan a una supuesta diversificación de las relaciones diplomáticas, en circunstancias de que el país tiene ya relaciones con una amplia mayoría de los estados del mundo, las principales organizaciones internacionales y se ha incorporado a cuanto bloque económico que existe. En fin, proponen “terminar con el conservadurismo económico de la política exterior”, que imaginamos se refiere a los acuerdos de libre comercio y a la apertura unilateral de nuestra economía, cosa que ya intentó un señor Ahumada sin definir qué sistema nuevo aplicar.
En el pasado, la diplomacia chilena destacó por sus principios firmes y su pragmatismo general, liderando en muchos ámbitos siempre con el ejemplo y siendo respaldada por un amplio número de la ciudadanía. Hoy, tanto el excesivo personalismo como el ideologismo imperantes están deteriorando la posición de Chile. Debemos volver al futuro: reencontrarnos con la identidad del país y sus intereses nacionales.
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