EMBAJADOR DON ALFREDO GARCÍA CASTELBLANCO
Q.E.P.D EMBAJADOR DON ALFREDO GARCÍA CASTELBLANCO
PALABRAS DE HOMENAJE AL EMBAJADOR DON ALFREDO GARCÍA CASTELBLANCO (QEPD)
En nombre y representación de la Asociación de Diplomáticos de Carrera en Retiro, vengo a rendir homenaje y despedir a nuestro amigo y colega, Don Pedro Alfredo García Castelblanco, Embajador de la República.
Nuevamente la vida nos reúne para despedir a un amigo, un colega y excepcional servidor público, a quien la Divina Providencia ha convocado al Reino de Dios.
Nuevamente, apreciamos el valor del servicio público que, expresado en la distinguida carrera de Alfredo, ilumina no sólo a las nuevas generaciones de diplomáticos, sino también al país.
Alfredo manifestó su vocación de servicio en la Cancillería, objetivo que persiguió con total determinación desde la universidad, y que lo llevó a ingresar por concurso de oposición en enero de 1974, permaneciendo en las filas de la diplomacia nacional por más de 43 años, llegando al grado de Embajador, en diciembre de 2007.
Alfredo hizo una carrera ejemplar, sirviendo todos los grados del escalafón diplomático, desde Oficial, como entonces se denominaba a los actuales Terceros Secretarios de Segunda Clase hasta Embajador Extraordinario y Plenipotenciario y, además, cumpliendo con los años reglamentarios en cada grado y aún excediéndolos, en alguna de las fases de su carrera.
Formado en Derecho en la Universidad de Chile de Valparaíso, y tras graduarse en la Academia Diplomática “Andrés Bello”, Alfredo realizó estudios de profundización en la Organización de Estados Americanos y en la Unión Europea, experiencias que aportaron a una madurez intelectual y creativa vertida en su admirable libro “Diplomacia y Diplomáticos desde la antigüedad hasta 1919”, del que conservo una copia dedicada de su mano.
Sirvió en nuestras misiones en Montevideo, en Nueva Delhi, Singapur y Canberra, en los Consulados Generales en Salta y en Miami, y, como Jefe de Cancillería en las Embajadas en Madrid y Lisboa, antes de asumir en diciembre de 2007 la Embajada de Chile en Jamaica.
Su último puesto -que Luz me describía ayer como un verdadero “broche de oro”, fue la Embajada en Polonia, desde la que pasó a retiro.
Una carrera de servicio que abarcó cuatro continentes y lo llevó a realidades culturales y sociales diversas.
En la Cancillería aportó sus talentos en la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales, la Dirección de Asia Pacífico, la Dirección General del Ceremonial y Protocolo y la Dirección de Seguridad Internacional y Humana, de la que fue Director.
A lo largo de todos estos hitos, Alfredo fue acompañado por una familia unida y entrañable.
Y bien sabemos los diplomáticos de carrera, que nuestros cónyuges son la columna fundamental sobre la que construimos un derrotero profesional en el que las relaciones humanas son de la esencia.
Me llena de admiración el constatar que los logros profesionales de Alfredo estuvieron acompañados por una corriente de afectos y amistad, que dan testimonio de su calidez humana.
Sus colegas y compañeros de trabajo de los distintos estamentos del Ministerio dejan constancia de su caballerosidad, de su bonhomía y -como lo señaló un compañero- de su “inclaudicable sentido del humor”, que sin duda fue una de las claves para su éxito como diplomático, pero, sobre todo, para su crecimiento como ser humano.
Al final, esas cualidades humanas son las que dejan una marca indeleble, que configuran el mejor tesoro con el que nos presentaremos ante el Creador.
En el capítulo de conclusiones de su libro que he citado, leemos:
El fundamento de toda actividad diplomática, en último término, debiera ser la búsqueda de entendimientos y la solución pacífica de conflictos en el ámbito de las relaciones internacionales. Esta búsqueda de entendimientos supone (…) confianza recíproca, que no se logra sino con los espacios de verdad que se puedan crear y con el trato amable y respetuoso.
Nuestro amigo y colega nos deja palabras sabias que resuenan en medio de la estridencia y el exceso verbal que parecieran prevalecer en el ámbito internacional.
Dichas palabras, además, lo identifican nítidamente como un “obrero de la paz”. Y son justamente tales obreros de la paz los bienaventurados, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Querido Alfredo, Embajador de la República, amigo y colega, obrero de la paz, descansa ahora, después del deber cumplido, en la paz de Jesucristo, tu Señor y Salvador.